Una ley, todavía no reglamentada, es un primer paso para que los hogares generen energía
Una vez que madura la instalación de parques y plantas construidos por grandes empresas, llega una segunda etapa en el desarrollo de las energías renovables: es lo que se conoce como la hora del «prosumidor», es decir, aquel consumidor que genera energía verde en su casa para uso propio y vende el excedente a la red.
En la Argentina esta posibilidad todavía está en pañales, pero ya se dio un paso hacia su concreción: el 28 de diciembre de 2017 se promulgó la ley 27.424, conocida como la «ley de energía distribuida». Ahora falta su regulación, que es imprescindible para su puesta en marcha.
Uno de los diputados que trabajaron en esta ley, Juan Carlos Villalonga (Cambiemos), dice que lo más complicado de la reglamentación va a ser acordar con las distribuidoras eléctricas de las provincias, que temen perder clientes si se concreta la inyección de energía verde de particulares a la red. «Esto es algo imparable. Y se va a dar sobre todo en varias pymes del interior, que se pueden beneficiar mucho de generar su propia energía y volcar los excedentes a la red», explica Villalonga.
Rodrigo Herrera Vegas, cofundador de Sustentator, que vende proyectos de instalaciones solares llave en mano a gobiernos y empresas, destaca que la ley contempla que el «prosumidor» no pueda instalar una potencia superior a la que consume. «El objetivo es que el sobrante lo descuenten de la factura del mes siguiente, porque la idea no es que el consumidor haga un negocio de eso», comenta.
Por lo pronto, aquí no se quiere cometer el mismo error que en España, donde incentivaron a la gente para que pusiera paneles solares en sus casas con la promesa de que se les pagaría por su energía cinco veces más que el valor de la red normal. Así, se generó una burbuja y, finalmente, el gobierno español tuvo que reconocer que no podía pagar más, al tiempo que las generadoras tradicionales se quejaban porque perdían clientes.
La clave, según Herrera Vegas, está en encontrar el punto justo y hacer que sea suficiente incentivo para la gente poder repagar esta tecnología en poco tiempo. «Con las variables actuales, repagar este sistema lleva entre 8 y 12 años. Lo bueno es que tiene una vida útil de 30 años», señala.
Ya hubo dos casos pioneros: uno es la instalación de 328 paneles sobre los techos de paradas de metrobús, donde Edesur puso un medidor, gracias a lo cual al gobierno de la ciudad le descuentan la energía que inyecta. «Otra prueba piloto se hizo hace un tiempo en San Fernando. Allí, Edenor puso también un medidor bidireccional», cuenta Herrera Vegas.
Hay un dato que permite vislumbrar un futuro promisorio para esta variable «prosumidora»: la red de transporte de energía se está saturando, por lo que habrá que empezar a generar energía limpia en el mismo lugar que se utiliza.
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